Hace unos meses María (@peach.estudio) me escribió para decirme que quería que le hiciera fotos. Conocí a María el año pasado en un programa online (que resultó ser una cagada increíble) donde ambas éramos alumnas. María es una tipa muy joven, y por lo que había visto de ella en el curso y las veces que habíamos hablado, alguien muy sensible, con inseguridades y miedos (como la mayoría, ¿verdad?) y una profesional muy top con una creatividad increíble.
María me contó que llevaba mucho tiempo sabiendo que debía hacerse fotos para su marca personal y que siempre lo iba postergando porque enfrentarse a la cámara le incomodaba demasiado, pero que al conocer mi trabajo y mi forma de hacer y sentir la fotografía, pensaba que, si había alguien con quien se sentiría menos incómoda, iba a ser conmigo.
Tuvimos una reunión, hablamos de muchas cosas, y María creó en Notion una plantilla desde donde poder ir construyendo y trabajando juntas nuestra sesión (esto me tiene flipadísima).
Pusimos fecha y empezamos a planificarlo todo.
Madrid, 13 de marzo de 2024:
Ayer amanecimos con una luz preciosa en el apartamento donde nos hemos alojado y desde donde estamos trabajando juntas.
Yo: “María, esta luz tan bella tenemos que aprovecharla. ¿Estás preparada?”
Nervios, inseguridad, ponerte delante de la cámara y no saber qué hacer con las manos, dónde mirar, cómo colocarte, de hecho, de repente estás super rígida y te cuesta moverte con normalidad. Piensas en todas las partes de tu cuerpo que te gustan menos. Piensas en que la persona que hay detrás de la cámara las estará viendo. No sabes cómo esa persona te está mirando, no sabes lo que ve. ¿Y si ve todo eso que a ti no te gusta ver? Te sientes más incómoda aún. Te preguntas qué haces allí, si de verdad quieres hacerte esas fotos, si saldrá alguna en la que te gustes, si se lo estarás poniendo difícil a la persona que te retrata,…
Yo, que sé todo eso que pasa en este momento por su cabeza porque he estado delante de la cámara de otras personas, busco callar esos pensamientos: “María, por tu música”.
Empiezo a hablar con ella, a contarle lo que veo, lo que estoy haciendo, a sugerirle movimientos, a emocionarme con la luz, con ella, con el momento. Y la emoción empieza a llenarlo todo, y llega a María, y empieza a estar más suelta, más relajada, más ella.
Cierra los ojos. Deja que el sol le acaricie la cara. La música entra, le hace cantar y moverse tímidamente. Suena una canción que le gusta mucho. Canta. El movimiento va entrando, y sigue creciendo, y ella empieza a moverse más, a bailar suave.
Otra canción. María la escucha. Está dentro. Le pido que se meta el pelo por detrás de la oreja, que se acaricie la cara. Ella lo hace mientras cierra los ojos, sigue escuchando la canción y el sol la abraza. Y entonces, pasa.
Yo: “Ay María,¡qué bonitas! Me gustan mucho”.
Le enseño la cámara y en la pantalla aparece la última foto que le he hecho. María la mira, sin terminar de creerse lo que ve. Se le inundan los ojos de lágrimas. Muchas. Piel de gallina. Escalofrío. Más lágrimas…
“ESTO ES TODO LO QUE PUEDO DECIR”, dice María.
Yo no necesito que diga nada más, porque esas lágrimas y la emoción en su cara me cuentan todo lo que necesito saber.
Le abrazo y a mí se me escapa alguna lágrima también.
Y ese es el momento justo en el que siento que todo tiene sentido, que mi forma de fotografiar es así porque tiene que serlo. Que estoy aquí para mirar bonito y para compartir toda esa belleza que hay en las personas que vibran con mi forma de hacer, de sentir, de ver. Que esto merece la alegría. Que no quiero dejar de hacerlo nunca.
Ayer, ya desde casa, revisaba las fotos, satisfecha y con unas ganas enormes de empezar a trabajar en ellas para seleccionar, editar y mandarle el trabajo terminado a María para que ella misma pueda ver toda esa belleza, luz y sensibilidad que hay en ella.
Y agradecida, muchísimo, porque sé lo difícil que es dejarte mirar por otra persona cuando tú misma no terminas de verte. Y toda esa confianza puesta en mí me abruma, pero también me halaga, y me da un chute de energía gigante, y me hace sentir mucha responsabilidad, y me empuja a hacerlo lo mejor que sé y a seguir mejorando siempre un poco más.
Y me enseña. Mucho. A mirar con más amor, también a mí misma, porque cada una de las persona que se abre y se muestra delante de mi cámara me hace de espejo y me enseña que tenemos miedos compartidos, y que la mayoría de ellos son tremendamente subjetivos, y la comprensión, el amor a una misma y el dejar que otras personas nos cojan de la mano y nos acompañen un rato es la mejor forma de atravesar esos miedos. Así que gracias a todas y cada una de las personas que han decidido y siguen decidiendo mirarse a través de mí.
Y a María, por querer, por confiar y por ayudarme a crear un espacio nuevo que yo quería hacer pero me daba un miedo brutal (esto te lo cuento otro día porque aún no tiene nombre como tal y sigo trabajando con María para terminar de crear una experiencia brutal, porque si María delante de la cámara en magia, como diseñadora de experiencias de branding ya te vuelves loca).
Y hasta aquí la carta de hoy.
Si estabas planteándote dejarte mirar por mí, puede que esto sea la señal que estabas esperando, así que te dejo aquí el enlace para que conozcas un poco más sobre las SESIONES ÍNTIMAS y si quieres que nos conozcamos y te cuente de forma más cercana cómo funcionan estas sesiones, te invito a reservar de forma gratuita una videollamada.
Es que eres (sois) muy top. Viva vuestra sensibilidad.
Abrazos 💛💫
¡Qué texto tan maravilloso! Desde el primer momento te vi exactamente como te describes. Enhorabuena a todos los que os hacéis fotos, ¡habéis elegido al fotógrafo perfecto! 👏👏💯👏👏